lunes, febrero 28

nubes

creo que escribo sin método, concierto o estructura, que escribo de oídas y leídas, que escribo como quien pasa la vida en trance: que poner en palabras ese trance es formar nubes. sí, escribo como quien toma dictado de las nubes y por eso paso de una idea a otra, de una sensación a la siguiente, como paso del ojo a la nariz y al hocico de la marmota, de la marmota al camello, del camello al perro que olfatea los zacates, del perro al dragón y de éste a la flor del cardo, a la espada y el estandarte. desconozco la siguiente forma y sólo atento al parto continuo de la bóveda celeste descifro, boceto, balbuceo, trazo la palabra nimbada que está por nacer: flor, mariposa, vagina, acantilado, helecho, araucaria. en silencioso trance, sólo así, escucho lo que el viento moldea con agua: espuma, una medusa alba, la caída de las hojas acumulándose, simiente, el tallo del bambú que ondula, reverente, al pie del templo, un estanque. sólo yaciendo, desfalleciente, sobre la tierra polvosa, esa que somos y en la que nos convertiremos, con la mirada entre nubes, obnubilada, puedo escribir del hombre, el bosquimano, el arquero, el que renace una y otra vez entre los cerros con el empuje del viento, aun cuando todo comienzo es improbable. ¶ han sido días de viento y muy nubosos, de luna llena y cielos profundos de azul. y con el viento y las nubes vienen todos los sonidos, las luces, las formas. viene la vida que es todas las vidas.

viernes, febrero 18

conversaciones en la fundación ii

la mesa, aquella que hace un par de semanas era baja, no lo es más. sigue siendo larga, pero hoy es una extraña tabla con camilla. le hemos agregado patas y, por una de ellas, un nombre: pata negra. ahora es alta, elevada, ideal para dibujar pie en tierra. sobre la mesa, tres objetos: una manzana, un canto rodado, un hueso de vaca. hablamos otra vez de formas, de estructuras; de la belleza, sencillez, fortaleza y levedad de los huesos. con el hueso empuñado viene a la mente 2001, la película de kubrick, el libro de clarke, y una serie de gestos, la mímica. "open the pod bay doors, hal." y con el fruto, la piedra, el hueso, pasando de una mano a otra, hablamos de la historia humana, de sus guerras fratricidas, de la sucesión de generaciones. hablamos de mi hijo, de sus nuevas palabras favoritas: murciélago, espantoso, perfecto, plátanos. hablamos de lo que él, por su edad, ya no vio, y de lo que nosotros, por la nuestra, no alcanzaremos a ver. hablamos de nuestro entorno, de los cambios en el barrio, de nuestros vecinos. de los jóvenes zapotecos que hace ocho años llegaron a la ciudad de méxico, robustos, inocentes, ilusionados, en busca de una mejor vida. y en este tiempo no han dejado ese cruce, dos manzanas al noreste de la fundación, donde malviven limpiando parabrisas. y hablamos de una visita reciente a su casa, en el fondo de un hoyanco infame que no sé qué compañía constructora desgarró de la tierra sobre la gran avenida esperando multiplicar sus ganancias con algún anodino edificio de oficinas. allí, mucho más abajo de donde habitan los demás, un pequeño cubo de cartón, láminas y plásticos, los aloja por las noches. (bienvenido al hotel boston, dice vicente. ¿el hotel boston? sí, ¿no llamó usted? ah, sí, lo intenté, pero no me dio línea. es que nos cortaron el teléfono ayer, responde riendo, rodeado por los seis perros que ha adoptado.) hace poco esa casa ardió en llamas. dicen los zapotecos, en su aún precario español aprendido desde que dejaron atrás su pueblo, cercano a guelatao, que el incendio fue intencional, que la policía los deja en paz, pero la gente, la gente, ésa no. y no dudo de la posibilidad de esta vileza, y sin embargo, mientras narran lo ocurrido, buscan en cuclillas en el piso de tierra, apenas iluminados por un par de veladoras, una piedra de coca qué fumar. hoy, muy temerosos por el miedo que su presencia despierta, han llenado de trampas el declive que lleva a su casa. hablamos también de los otros vecinos, dos cuadras al poniente de la fundación: los de las murallas, los vidrios oscuros, los coches de lujo, cancerberos a la puerta, dinero a raudales. y como la conversación gira en torno a la convivencia, la comunidad, la ocupación y habitación digna y respetuosa de los espacios, un libro de kisho kurokawa se hace sitio en la alta mesa. y nos perdemos en su idea de simbiosis, de la pluralidad de valores, del principio de vida, y en la multitud de sus proyectos. y entonces nos invade el poema de martí i pol: "...tenim a penes / el que tenim i prou: l’espai d’història / concreta que ens pertoca, i un minúscul / territori per viure-la. posem-nos / dempeus altra vegada i que se senti / la veu de tots solemnement i clara. / cridem qui som i que tothom ho escolti. / i en acabat, que cadascú es vesteixi / com bonament li plagui, i via fora!, / que tot està per fer i tot és possible."

miércoles, febrero 16

al rojo, vivo (inmersión ii)

yazgo en la depresión entre las dunas mientras la noche cae. miro las siluetas de los árboles familiares, de las rocas que conocen las plantas de mis pies, de la manada de elands que regresa de la cercanía del agua. tomo un puño de arena y lo dejo caer, cristal a cristal, sobre el dorso del pie. cubro la piel, los tendones, los marcados huesos, los triángulos hundidos que los separan. cubro un dedo, otro, los cinco. y cubro sobre todo la larga cicatriz, ese surco añejo, de un niño bosquimano. tomo más arena, fluye entre los dedos. voy ocultando cada herida: las de las rodillas, tantas veces contra el suelo; las de la cintura, quebrada; la del antebrazo, que nada me recuerda. cubro los cortes de mi frente, esa cuadrícula de golpes necios. cubro también mis manos, día a día desgastadas. es tanta la arena necesaria para ocultar este cuerpo esgrafiado que la depresión se vuelca en túmulo. bajo la arena, en su frescor, miro hacia adentro. las lesiones de mis venas, granuladas; las de mis riñones, sólidas, estratificadas; en mi hígado, un pantano. miro las cicatrices de mis pulmones, una telaraña polvorienta; las de mi boca y mi tráquea, que se dañan solas; las de mi cerebro, atravesado por mil dagas a las que no opuse resistencia. miro por último en mi corazón, ese músculo infantil. allí no hay cicatrices, sólo una llaga que me empeño en mantener abierta, palpitante, al rojo vivo.