lunes, agosto 6

el soplo en la arcilla



"dos veces fue creado el mundo: cuando pasó de la nada a lo existente; y cuando, alzado a un plano más sutil, se hizo palabra. el caos, por lo tanto, no cesó con la aparición del universo sino cuando la conciencia del hombre, nombrando lo creado, recreándolo por lo tanto, separó, ordenó, unió. la palabra, sin embargo, no es el símbolo o reflejo de lo que significa, función servil, pero sí su espíritu, el soplo en la arcilla. una cosa no existe realmente en cuanto no sea nombrada: entonces es investida de la palabra que la ilumina y, al lograr la identidad, adquiere igualmente estabilidad. porque ningún género es igual a otro; sólo el nombre 'gemelo' es realmente idéntico al nombre 'gemelo'. así, gemela innumerable de sí misma, la palabra es lo que permanece, es el centro, es la invariante, sin contagiarse de la fluctuación que la rodea y salvando lo expreso de las transformaciones que acabarían por negarlo. evocadora al punto de que un lugar, un reino, jamás desaparecen del todo, mientras subsista el nombre que los designó (biblos, cartago, sumeria), la palabra, siendo el espíritu de lo que —aunque sólo imaginariamente— existe, permanece aún, por incorruptible, como el esplendor de lo que fue, pudiendo, aunque transmigrada, aun olvidada, reintegrarse en su claridad original. distingue, fija, ordena y recrea: hela aquí."

osman lins, "retablo de santa juana carolina", 1966

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cuando llegué, ya todo estaba dicho. cada signo tenía su contraparte. era un diálogo en curso iniciado quién sabe cuándo, con historia y memoria. por ciertas señales, algunas casualidades, di en pensar que mi voz era escuchada, que podía fijar un par de cosas, determinados bichos, recrear el mundo como en otro inicio, ordenar la casa, el ombligo, los puntos cardinales, dar matices a las hojas desfallecientes de los árboles en torno y tonos más vivos a las escamas de la culebra oculta en el pajar, que podía nombrarme y sería nombrado, que las respuestas venían hacia mí, que yo era blanco, dirección y guía, y que había hallado las mismas cualidades, las mismas resonancias. sin tiento, me lancé al flujo del río nacido quién sabe dónde y me añadí a la carga de las ramas tronchadas, las naves en retiro, los corchos perforados, las propiedades superficiales de los objetos, los sueños sin sustento. cuando salí del agua, calado, vi desde la orilla que, acaso, yo sólo había sido un meandro temporal, que aquel monólogo reflejante surgido quién sabe a qué hora seguía idéntico, con el mismo tono, la exacta velocidad de allí donde di mi zambullida.