Era un hombre de la primera raza que en verdad amaba su ganado blanquinegro. Siempre llevaba él mismo sus vacas al campo, seleccionaba para ellas los mejores pastos posibles, y veía por ellas como una madre ve por sus hijos, vigilando que ningún animal salvaje se acercara a lastimarlas o perturbarlas. Al anochecer las llevaba de vuelta a su corral, sellaba la entrada cuidadosamente con ramas de la más dura espina, y, viéndolas rumiar contentas, pensaba: "Por la mañana tendré una maravillosa cantidad de leche qué ordeñar." Una mañana, sin embargo, cuando se dirigió al corral esperando encontrar las ubres llenas y lustrosas de tanta leche, quedó sorprendido de ver que estaban flácidas, arrugadas y vacías. Reprochándose inmediatamente, pensó que había elegido mal sus pasturas, y las llevó a mejores pastos. Las trajo de vuelta a casa al anochecer y de nuevo pensó: "Mañana con toda seguridad obtendré más leche que nunca"; pero por la mañana, de nuevo, las ubres estaban flácidas y secas. Por segunda ocasión cambió de pastos, y sin embargo otra vez las vacas no tuvieron leche. Perturbado y receloso, decidió vigilar su ganado a lo largo de la oscuridad.
A mitad de la noche, quedó asombrado de ver una cuerda de la fibra más finamente hilada descendiendo de las estrellas; y por esta cuerda, mano sobre mano, una detrás de otra venían bajando algunas jóvenes de la gente del cielo. Las vio, hermosas y alegres, susurrando y riendo suavemente entre ellas, entrar a hurtadillas al corral y ordeñar con calabazas su ganado hasta dejarlo seco. Indignado, saltó para atraparlas, pero astutamente se dispersaron, de modo que no supo hacia dónde correr. Al final, logró capturar a una; pero mientras la perseguía, las demás, con todo y calabazas, huyeron al cielo, retirando la cuerda cuando la última subió, así que no puedo seguirlas. No obstante, estaba contento, porque la joven que había capturado era la más encantadora de todas. La hizo su mujer y a partir de ese momento no tuvo más problemas con la gente del cielo.
Ahora, su nueva esposa iba todos los días a trabajar sus sembradíos, mientras él cuidaba el ganado. Eran felices y prosperaban. Sólo una cosa lo preocupaba. Cuando capturó a su mujer, ella traía consigo una canasta. Estaba tejida con destreza, tan apretada que no podía ver a través de ella, y siempre firmemente cerrada con una tapa que encajaba con exactitud en la apertura. Antes de casarse con él, su mujer le había hecho prometer que no levantaría la tapa de la canasta y miraría en su interior mientras ella no le diera permiso. Si lo hiciera, un terrible desastre podría sobrevenirles a ambos. Pero a medida que los meses fueron pasando, el hombre comenzó a olvidar su promesa. Se volvía cada vez más curioso, viendo la canasta tan cerca día tras día, siempre firmemente cerrada. Un día en que estaba solo, fue a la choza de su mujer, vio la canasta allí entre las sombras, y no pudo aguantarse más. Arrancó la tapa y miró en su interior. Por un momento se quedó incrédulo, después estalló en carcajadas.
Cuando su mujer regresó al anochecer, supo enseguida lo que había sucedido. Se puso la mano en el corazón y mirándolo con lágrimas en los ojos, le dijo: "Miraste en la canasta."
Él lo admitió con una risa, y dijo: "Tú, mujer tonta. Tú, criatura tonta, tonta. ¿Por qué armaste tanto alboroto por esta canasta? No hay nada en ella."
"¿Nada?", dijo ella, apenas encontrando la fuerza para hablar.
"Sí, nada", le respondió con énfasis.
Ante esto, ella le dio la espalda, se marchó caminando hacia el sol poniente y desapareció. Nunca se le volvió a ver en la tierra.
¿Y saben ustedes por qué se fue? No debido a que él hubiera roto su promesa, sino porque, al mirar en la canasta, la encontró vacía. Se fue porque la canasta no estaba vacía: estaba llena de hermosas cosas del cielo que ella había guardado allí para ambos, y puesto que él no pudo verlas y sólo se rió, ya no tenía sentido que ella permaneciera en la tierra y desapareció.
tomado de laurens van der post, "the heart of the hunter", londres, vintage, 2002
traducción de un bosquimano