miércoles, octubre 20

dispersión iii

suena el teléfono, otra vez para mí. no soy popular, todo me atañe. ¿contar mi vida a un desconocido? lo hago. es casi mi especialidad. un frenesí que espanta. el silbido de un ave de presa rompe la ensoñación. intento ubicarme de nuevo en el desierto, descalzo sobre la duna, con mi mano diestra sobre las cejas queriendo descifrar quiénes son los reflejos reverberantes que diviso. cambio de posición, en ésta no estoy cómodo. ese viejo prototipo decimonónico (quien pulsa la pluma debe encorvarse sobre la mesa) ahí queda, con toda su rígida estrechez. el desierto, ¿qué hago con él? con ese espacio abierto, crudo y enceguecedor. pero mi desierto no es ése arrastrado de cliché en cliché. rebosa vida. la fouquieria splendens brota en la roca como fuego de artificio. y los agaves: americana, weberi, salmiana, macroachanta, celsii. dos mariposas negras combaten en el aire pegándose de gritos. luego me dicen que les llaman chilladoras. un hato de cabras va pautando, sincopado, el declive del cerro. y todos los órganos apuntan hacia arriba. un hombre, viejo, amable, me dice: ¿no gusta un refresquito?. pase, siéntese, déjeme que le cuente mi vida. suena el teléfono.