ascetas y padres del desierto (sección kalahari)
a vasili petróvich botkin
moscú, a 4 de enero de 1858
[…] las belles-letres no tienen, positivamente, lugar entre el público. pero no piense que eso me impide amar la literatura ahora más que nunca. estoy cansado de las palabras huecas, de las discusiones, de los discursos, etcétera. para demostrárselo le envío el siguiente divertimento, del que me gustaría conocer su opinión. tuve la osadía de ver en él una obra independiente y concluida, pese a que no tengo la osadía de publicarlo.
«en sueños decía todo lo que tenía en el alma y que yo no sospechaba. mis pensamientos eran claros, atrevidos y tomaban la forma de inspiradas palabras. el sonido de mi voz era hermoso. me sorprendían mis palabras y me regocijaba con los sonidos de mi voz. yo era el único que estaba sobre una cima que se tambaleaba. a mi alrededor se apretujaban unos hermanos a los que yo no conocía. podía distinguir las caras que tenía cerca; a lo lejos, como un mar encrespado, se dibujaban un sinnúmero de cabezas. cuando yo hablaba, un ligero estremecimiento de admiración recorría las masas, como el viento cuando pasa entre las hojas; cuando yo guardaba silencio, la multitud se relajaba y, todos a una, lanzaban un hondo suspiro. yo sentía los ojos de millones de personas puestos en mí, y la fuerza de estos ojos me producía opresión y, al mismo tiempo, alegría. ellos me motivaban y yo los motivaba. el entusiasmo que ardía en mí me daba poder sobre aquella multitud demencial, y ese poder, eso creía yo, no tenía límites. una voz lejana, apenas audible, una voz interna me susurraba: ‘¡qué miedo!’, pero la rapidez del movimiento ahogaba aquella voz y me arrastraba cada vez más lejos. el enfermizo raudal de mis pensamientos, al parecer, no se agotaba. yo me entregaba a ese raudal, y la cima blanca sobre la que estaba parado se balanceaba haciéndose más y más alta cada vez. pero aparte de la fuerza de la multitud, que ejercía en mí un efecto paralizante, hacía tiempo que venía sintiendo atrás de mí un algo independiente que me atraía de forma obsesiva. de pronto sentí que detrás de mí había una felicidad ajena y tuve la necesidad de voltear a ver. era una mujer. sin pensar en nada y sin moverme me quedé mirándola. me sentí avergonzado de lo que hacía. aquella apretada multitud impedía el paso, pero milagrosamente la mujer avanzaba serena y pausada por en medio de la multitud, sin mezclarse con ella. no recuerdo si era joven y bella, no recuerdo cómo iba vestida ni el color de su cabello; no sé si era la primera ilusión de amor desaparecida o el último recuerdo del amor de mi madre, sólo sé que ella lo tenía todo y que una fuerza irresistible me atraía dulce y dolorosamente hacia ella. se dio la vuelta. yo distinguía vagamente los rasgos de su rostro y sólo un instante sorprendí su mirada puesta en mí, una mirada de amable ironía y de piedad amorosa. ella no entendía mis palabras, pero no era eso lo que lamentaba, su lamento era por mí. no me despreciaba, no despreciaba a la multitud, ni nuestra exaltación, era encantadora y feliz. no necesitaba de nadie, y por eso yo no podía vivir sin ella… cuando ella apareció se esfumaron los pensamientos, el gentío y la exaltación; pero ella tampoco se quedó conmigo. lo único que quedó fue un recuerdo abrasador y cruel. rompí a llorar en medio del sueño y estas lágrimas fueron para mí más dulces que la exaltación vivida. me desperté y no renegué de mis lágrimas. aun despierto, en ellas estaba la felicidad.»
si turguéniev todavía está con usted, léale esto y díganme si se trata de un insolente disparate o no. pero basta del tema. tengo un asunto importante que tratar con usted. […]
lev tolstói
["correspondencia, 1842-1879", selección y traducción de selma ancira, méxico, era, 2005]
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